Un debate que no pasará a la Historia
«Con las piedras que con duro intento los críticos te lanzan, bien puedes erigirte un monumento», dijo Kant y ésta sería una buena estrategia para el debate electoral al que asistimos anoche y que apenas supieron hacer los candidatos.
Tras esta primera reflexión, nos haremos eco de un clamor popular dirigido a las televisiones y los partidos políticos españoles. Un debate de tanta importancia no puede ponerse a las 22.00 de la noche, terminando en la madrugada de la jornada siguiente restando horas de sueño o interés. Además, en las campañas del siglo XXI debemos tener la oportunidad de disfrutar de más debates y menos mítines, donde lo único que cambia es el escenario pero no el discurso; menos encorsetados y abiertos a las preguntas, incisivas y no pactadas, de los periodistas moderadores sin red de seguridad; y también recuperar los cara a cara en el número preciso para un contraste más claro de programas.
Empezaremos por el final porque el llamado «minuto de oro» de los candidatos no es su última intervención, a la que pocos espectadores llegan despiertos, sino la intervención inicial que no sólo ha de servir para asentar ideas sino para captar la atención del público y seducirlo para que siga con mayor interés nuestra intervención.En este sentido, la mayoría tomó su primer minuto como un mero trámite sin estrujarse las meninges para cautivar desde el inicio.
La pregunta del millón del postdebate, porque estos actos duran varios días, es quién resultó ganador. Es más, no presenciamos un único debate sino otros subdebates entre los diferentes grupos ideológicos. Las respectivas parroquias lo tendrán claro, el suyo. Los espectadores más neutros no lo tendrán claro porque resulta complicado inclinar la balanza en un debate a cinco. Quizá resulte más importante no cometer errores de bulto.
Uno por uno, los más equilibrados, en forma y fondo (menos), fueron Pablo Iglesias (Unidas Podemos) y Santiago Abascal (Vox), en sus respectivos estilos.
Abascal hizo gala de las características de su partido, con mensajes claros, sencillos y falacias populistas pero que nadie supo o quiso refutar. Lo tenía más fácil al ser el más antisistema, no era casual que no llevara corbata, ya que se ocupó más de destruir que de construir en su discurso directo sustentado en un sólido lenguaje no verbal con una mirada firme a sus rivales y a la cámara para conectar con el televidente, una gestualidad contundente…
Iglesias, preocupado inicialmente por cargar la repetición electoral en los hombros de Sánchez, comenzó con el tono calmado que le hizo destacar en anteriores debates y fue cobrando contundencia verbal pero sin lograr la solidez de otras ocasiones. En cuanto a la forma, debería obligarse a soltar la muleta del bolígrafo, que le resta poder gestual, y conformar un estilo adecuado de vestimenta. Si no le convence la corbata, debería desecharla pero no llevarla medio desanudada con el último botón de la camisa desabrochado. El efecto no es informal sino descuidado o de disfraz. También protagonizó uno de los momentos más hilarantes y trending Topic con un lapsus linguae entre «manada» y «mamada», que salvó sin venirse abajo. Más allá de los chascarrillos colegiales, continuó impertérrito su intervención.
Pedro Sánchez (PSOE) y Pablo Casado (PP) se pusieron en modo presidencial. De hecho, el último dejó que los ataques más pesados vinieran por parte de Abascal y Rivera, haciéndole ese «juego sucio», que le permitió adoptar una actitud más moderada, salvo en contadas ocasiones. Estuvo poco preciso en el dominio de los tiempos, rebasándolos siempre, y procuró un tono más cercano en su «minuto de oro», autoinvitándose a nuestros hogares para estrecharnos la mano. Sin embargo, no terminó de conectar al resultar un momento frío y claramente memorizado, bajando la mirada a las fichas, con lo cual no logró el efecto deseado. A su favor habría jugado recordar las cuestiones que el presidente no le respondió a lo largo del debate.
Por su parte Sánchez, en modo claramente presidencial y consciente de ser la diana de todas las flechas, adoptó una pose distante, desde cierta atalaya, sin mirar a sus rivales cuando le interpelaban directamente, aparentando tomar notas mientras gesticulaba con cierto desprecio y eludiendo las preguntas directas. Es cierto que no conviene dejarse arrastrar al terreno de otros pero, por ejemplo, la cuestión de las nacionalidades ya fue lanzada a Adriana Lastra en el anterior debate entre portavoces parlamentarios y el tema habría quedado zanjado recurriendo a un elemento constantemente usado por quienes le interpelaban, la Constitución. A su favor, esa actitud propositiva, en el ejercicio de sus funciones, planteando no proposiciones sino medidas directas de Gobierno.
Alberto Rivera (Ciudadanos) malgastó de nuevo su capacidad dialéctica en el abuso constante de recursos externos, lo que dio para muchos memes en redes durante la velada. Desde el adoquín hasta los rollos, pasando por la retahíla de carteles con titulares de prensa o el cartel con el inventivo I.C.B. (impuesto de la corrupción del bipartidismo), original pero que exigía demasiado desarrollo, en su habitual despliegue de gadgets y merchandising sacados del mismísimo bolso sin fondo de Mary Poppins. Esto, sumado a su habitual sobreexcitación de púgil aspirante al cinturón, provocaron la distorsión del hilo de su discurso por todo el ruido que él mismo provocó y la difícil situación al haber perdido su centralidad liberal.
Casado también se contagió de esta obsesión por mostrar cartelas, algo que ya había empleado exitosamente en anteriores confrontaciones, hasta el punto en que en este duelo a Rivera parecieron faltarle manos cuando sujetó al tiempo el adoquín y una especie de pergamino enrollable.
En general, los bloques volvieron a estar mal estructurados por los candidatos con exposiciones iniciales demasiado largas, sucesiones de monólogos con conatos de interpelaciones y refutaciones complicadas de seguir y apenas dejando tiempo a un buen cierre contundente y que recapitulara las ideas principales y la tesis de uno en cada apartado.
Al final, si alguien quedaba despierto salvo los pobres periodistas, además del efecto retórico de Casado, volvió a diferenciarse Iglesias al ceder su palabra al correo electrónico de una trabajadora valenciana que denunciaba la precariedad laboral, el alto precio de los alquileres… para retomar con su mensaje social.
En definitiva, un debate que no pasará a la Historia salvo por alguna anécdota hilarante y poco más, lo que subraya la necesidad de más debates para que nuestros políticos se acostumbren y dotarles de mayor utilidad en las campañas.